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17 enero 2011 1 17 /01 /enero /2011 19:10
Si diera lo mismo no tendría sentido que Dios se haya hecho Hombre
 
 ¿Da igual ser católico que no serlo?
¿Da igual ser católico que no serlo?
No da igual ser católico que no serlo. Algunos dicen que basta tener buena voluntad para que uno pueda decir que pertenece a la Iglesia Católica, aunque crea en otras cosas distintas a las que Esta enseña, por ejemplo enseña esto Karl Rahner, al hablar de los cristianos anónimos.

Pero no da igual, pues si diera lo mismo, no tendría sentido que Dios se haya hecho Hombre, que nos haya revelado una doctrina de salvación, ni habría instituido los Sacramentos, ni la Iglesia. «El que creyere y fuere bautizado, se salvará, mas el que no creyere se condenará» (Mc 16,16). Son palabras de Jesucristo. Y San Pablo habla de la necesidad de «una fe, un bautismo, un Dios y Padre» (Ef 4,5).


a) Una sola fe

Es preciso conocer y aceptar el Credo, las verdades fundamentales predicadas por Jesucristo y que la Iglesia nos enseña para que nos salvemos. «Todos los hombres, nos dice el Concilio Vaticano II, tienen obligación de buscar la verdad, sobre todo en lo referente a Dios y a su Iglesia, y una vez conocida esa verdad, tienen que abrazarla y llevarla a la práctica» (Decl. Dignitatis humanae, n. 11). La rectitud de intención lleva a buscar la verdad, y una vez conocida, a seguirla. Si no, es que no hay verdadera buena voluntad. Y esto lo sabe cada hombre en el fondo de su corazón. Es cierto que en las religiones naturales, en las diversas filosofías, y en las iglesias cristianas no católicas tienen los hombres verdades, pero la totalidad de la verdad que salva sólo se encuentra en la Iglesia de Jesucristo.

Gustavo Bickell, profesor protestante de universidad y conocedor insigne de las lenguas orientales, estaba copiando los himnos desconocidos de San Efrén en los que el santo cantor ensalza también a la Concebida sin mancha, cuando empezó a pensar: «Los protestantes rechazamos el culto a María, pero aquí en estos documentos de los primeros siglos hay un elocuente testimonio; luego el protestantismo no puede ser la religión verdadera». Dos años después, en 1865, el ex profesor de universidad, ya católico, decía su primera Misa junto a la tumba de San Bonifacio, el apóstol de Germania.


b) Un solo bautismo

Para la salvación es necesario recibir el Sacramento del Bautismo. En él se nos aplica la Redención de Cristo en la Cruz; por él se nos quita el pecado original y los pecados personales si los hubiera; nos hace hijos de Dios y miembros de la Iglesia, y nos capacita para recibir los demás sacramentos, pues, sin haber recibido el Bautismo, la recepción de cualquier otro seria inválida. Los niños y los que carecen de razón son bautizados en la fe de la Iglesia, que se preocupa de que reciban la formación cristiana. Los padres, los padrinos del Bautismo y los párrocos tienen esta obligación especial. Así, cuando el niño tenga uso de razón podrá abrazar voluntariamente el compromiso cristiano. Mientras tanto, Dios mora en el alma del que es bautizado, es hecho hijo de Dios y el Espíritu Santo comienza a hacer su obra de la santificación. Por eso, privar voluntariamente a los niños durante largo tiempo de este sacramento puede ser un pecado grave, al no darles un medio de santificación al que tienen derecho. La Iglesia desea vivamente que los niños sean bautizados cuanto antes (cfr. S. C. Doctrina de la Fe, Instrucción, 20-X-1980).

Iglesia significa la reunión de los convocados. Sus miembros son llamados o convocados por Dios en el Sacramento del Bautismo, a través de sus ministros, de modo semejante a como los israelitas eran convocados por Moisés y los sacerdotes para dar el culto a Dios. Todos los hombres estamos llamados a la santidad, a gozar eternamente con Dios en el Cielo. Pero eso se realiza participando en la asamblea o Iglesia, medio por el cual Dios quiere hacer efectivo ese llamamiento. Por eso es preciso bautizarse, es preciso pertenecer a la Iglesia. «Dios quiere salvar a los hombres no aisladamente, sino como formando un pueblo» (Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 9).


c) Un solo Dios y Padre

Aquellos que no han recibido la revelación cristiana buscan a Dios como a tientas. A los cristianos no católicos, aunque conocen algunas verdades reveladas, les falta la revelación completa (les falta la interpretación auténtica de la Sagrada Escritura y la Tradición). La actitud de los católicos ante los que no lo son ha de ser una actitud de comprensión, de caridad y de diálogo, pues muchas veces no son las personas las culpables de no poseer toda la verdad, sino que así aprendieron las cosas. Pero a la vez se ha de evitar caer en el irenismo, es decir, en el error de pensar que cediendo los católicos en algunas verdades y cediendo los demás en otras se podría llegar a unas fórmulas de compromiso aceptables por todos, porque entonces los católicos no creeríamos en toda la verdad que salva. No podemos desvirtuar el depósito de la fe que se nos ha confiado.

«La transigencia es señal cierta de no tener la verdad. -Cuando un hombre transige en cosas de ideal, de honra o de Fe, ese hombre es un... hombre sin ideal, sin honra y sin Fe» (San Josemaría, Camino, n. 394). Por eso, el último Concilio, al hablar del ecumenismo (ese gran esfuerzo de acercamiento entre los católicos y los que no lo son), advierte que «es absolutamente necesario que se exponga con claridad toda la doctrina. Nada es tan ajeno al ecumenismo como ese falso irenismo, que desvirtúa la pureza de la doctrina católica y oscurece su sentido genuino y verdadero» (Concilio Vaticano II, Decr. Unitatis redintegratio, n. 11).

Conviene que cada uno de los fieles cristianos conozca bien toda la doctrina que la Iglesia enseña para poder mostrarla a los que no la saben bien. En cierta ocasión el Papa Gregorio XVI recibió en audiencia a un sabio no católico que visitaba Roma. -¿Le ha gustado a usted la basílica de San Pedro?, le preguntó el Pontífice. -El colosal edificio me abrumó al principio en vez de atraerme, respondió el sabio; pero al entrar en él y someter todas las partes de la basílica a un detenido estudio fue aumentando mi complacencia a medida que contemplaba edificio tan maravilloso. -Ése es el buen camino de todo, contestó el Papa; entrad en la iglesia y no os detengáis en la puerta, procurad conocer la Iglesia Católica por dentro. Cuando se enseña en toda su verdad la doctrina católica, atrae y acaba por asombrar su coherencia y altura. Pero cuando se dialoga sin conocer bien la doctrina, se siembra la confusión y no se convence a nadie. Por eso es muy importante saberla bien, y mostrarla a los no católicos para que, reconociendo la verdadera Iglesia, puedan tratar a Dios como Padre, pues, como escribió San Cipriano, «nadie puede tener a Dios como Padre si no tiene a la Iglesia como Madre» (San Cipriano, Sobre la unidad de la Iglesia católica).

Jesús Martínez García, Ed. Rialp. Madrid, 1992

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