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6 junio 2012 3 06 /06 /junio /2012 17:11


Informe del Ministro General
al Capítulo Extraordinario del 2006

.

 

V.- FORMACIÓN Y ESTUDIOS
Una fraternidad nacida por divina inspiración,
llamada cada día a la conversión y a la vida nueva
para crecer como «fraternidad en misión»

85. De la formación que damos y recibimos depende la renovación profunda de la vida consagrada (PI 1); en realidad, de la calidad de la formación depende la auténtica "refundación" de la Orden. En el campo de la formación, en cuanto que ésta es proceso de conversión y exigencia de fidelidad, nos jugamos la verdad de lo que somos y la verdad de lo que hacemos como consagrados y Hermanos Menores.

Sólo la formación, la del corazón, en el sentido más profundo que a la palabra «corazón» se le da en el lenguaje bíblico, nos permitirá ir descubriendo progresivamente la grandeza y la belleza de nuestra vocación y hará posible que nos fascine el rostro vivo de Cristo Jesús. Sólo una sólida formación integral de la persona permitirá a los hermanos responder a las llamadas que nos llegan de la sociedad y del hombre de hoy. La formación mantendrá alta la capacidad de significación de la vida franciscana y la pondrá, como signo profético siempre nuevo, "a la vista de todos", a condición de que sea totalizadora, integral y en armonía con los diversos contextos socio-culturales; esté anclada en el misterio de la comunión trinitaria; sea capaz de abarcar estas cuatro fidelidades: la fidelidad a Jesucristo y al Evangelio, a la Iglesia y a la misión, a la vida religiosa y a nuestro carisma, y a la humanidad y a los signos de los tiempos; y esté diseñada a partir de un modelo de integración.

¿Qué camino estamos haciendo en el campo de la formación y los estudios?

SIGNOS DE VIDA

86. Los signos de vida en el campo de la formación y los estudios son muchos. No pudiendo detenerme en todos ellos, deseo solamente subrayar algunos que me parecen más significativos.

Reflexión profunda sobre la formación y los estudios

87. La formación y los estudios ha sido una de las prioridades más trabajadas en las últimas décadas. La publicación de documentos tales como: Deben tener el Espíritu del Señor y su santa operación (Capítulo VI de las Constituciones generales, 1987), La formación en la Orden de los Hermanos Menores (1971), Documento sobre la formación (1981), la Ratio formationis Franciscanae (1991, revisada en 2003), la Ratio studiorum OFM (2001), La formación permanente (1995), El cuidado pastoral de las vocaciones (2002), así como los distintos Congresos Internacionales que se celebraron sobre el tema, son clara manifestación de la importancia que la Orden ha dado a la formación y los estudios en los años transcurridos desde la celebración del Concilio Vaticano II. [Congreso de Maestros de novicios (1988), Congreso de Maestros de profesos temporales (1990), Congreso de Moderadores de formación permanente (1994), Congreso de Representantes de Centros de Estudios OFM (1994), Congreso de Maestros de postulantes (1995), Congreso de los animadores del cuidado pastoral de las vocaciones (2000), Congreso de los Rectores y Directores de los Centros de estudio y de investigación OFM (2001) y II Congreso de Maestros de novicios (2005)].

Nuestra vida como formación

88. Esta reflexión, hecha a una con los demás Institutos de vida consagrada, nos ha llevado, entre otras cosas, a concebir nuestra vida de Hermanos Menores en sí misma como un proceso formativo que dura toda la vida y que, por lo mismo, «no acaba nunca» (VC 65), de tal modo que no se puede hablar ya de fidelidad a la vocación franciscana sin hablar necesariamente de un proceso de formación que nunca se considera terminado; como tampoco se puede hablar de formación refiriéndose sólo a los primeros años de la vida en fraternidad, a la formación inicial, como si la formación fuese un mero proceso pedagógico de preparación a los votos solemnes.

Prioridad de la formación permanente

89. Esta nueva concepción de la formación como camino de conversión que dura toda la vida, ha hecho que entre nosotros haya crecido la conciencia de la prioridad que se ha de dar a la formación permanente en la vida de todos los hermanos y en todas las etapas de la vida, con una atención especial al acompañamiento de los hermanos en los primeros años después de la profesión solemne y a la preparación adecuada a los ministerios y a las Órdenes sagradas, así como a la formación específica para otros ministerios.

Principios básicos de la formación

90. Esta misma reflexión nos ha ayudado también a adquirir algunos principios básicos de la formación, a saber: la formación ha de ser integral, personalizada, permanente, fundada en la experiencia, progresiva y gradual (cf. RFF 40-54). Al mismo tiempo estamos llegando a un cierto consenso sobre la metodología franciscana que se ha de seguir, y que definimos como provocativo-interpretativa, que comporta, entre otras cosas, el acompañamiento personal y en grupo, y el partir de las carencias (cf. RFF 55-61).

Formación específicamente franciscana y formación común

91. Un mayor conocimiento de las Fuentes franciscanas nos ha llevado a sentir la necesidad y urgencia de una formación específicamente franciscana, que no se limite sólo a una formación sobre nuestros orígenes, sino a una formación que posibilite el conocimiento de nuestra tradición carismática, espiritual, filosófica y teológica, para «sacar de ella respuestas adecuadas a los dramáticos interrogantes de la humanidad» y para «poner el Evangelio en el corazón de la cultura y de la historia contemporánea» (Juan Pablo II, Mensaje al Congreso Internacional de Universidades y Centros de Investigación OFM, 19-IX-2001). Crecen las Entidades que durante el periodo de profesión simple han introducido el año franciscano durante el cual se insiste tanto en la formación práctica (vivencia de los valores) como en la formación intelectual (conocimiento de nuestra propia tradición).

En estrecha relación con la formación franciscana está la necesidad de ofrecer una formación común a los hermanos laicos y a los hermanos clérigos que, teniendo en cuenta las condiciones de cada candidato y la diversidad de ministerios, asegure, sin embargo, la "verdadera igualdad" entre todos los que formamos parte de la Fraternidad.

Mediaciones en la formación

92. A su vez la experiencia acumulada durante estos años nos permitió tomar conciencia de algunas mediaciones fundamentales en la formación, tales como: una adecuada formación de formadores, que los prepare para el delicado servicio que les es asignado, y que impida, en cuanto sea posible, la improvisación en su nombramiento; la constitución de fraternidades verdaderamente formativas, para no dejar sólo al formador en su servicio; la figura institucional del Secretario para la Formación y los Estudios, como coordinador de la formación y los estudios y promotor de una reflexión profunda sobre ella en la Orden, en las Provincias, en las Custodias; y, por último, pero no menos importantes por su función específica, los Moderadores de Formación permanente.

Gracias a la experiencia y la reflexión, así como a la confrontación con otros Institutos, hemos logrado identificar mejor lo específico de cada etapa formativa: el cuidado pastoral de las vocaciones, como primer momento del discernimiento de motivaciones; el postulantado, como etapa para trabajar especialmente la madurez humana; el noviciado como etapa que ha de privilegiar la experiencia de Dios y la experiencia de vida fraterna; y la etapa de la profesión simple, como momento decisivo en el proceso de discernimiento vocacional.

Finalmente, he de añadir que los hermanos están tomando conciencia de la necesidad de profundizar en la investigación de nuestra tradición carismática, espiritual, filosófica y teológica, y de adquirir una sólida formación intelectual (cf. SP).

LLAMADAS A LA CONVERSIÓN

93. Si largo es el camino recorrido en los años transcurridos desde el Concilio Vaticano II en compañía de toda la Iglesia, particularmente de la vida consagrada, en lo que se refiere a la formación y los estudios, la meta está todavía lejos. Muchos aspectos que he señalado como signos de vida, porque así los veo, siguen presentándose al mismo tiempo como llamadas a seguir por el camino iniciado.

Formación permanente

94. Veo como primera llamada en el campo de la formación y los estudios, la de dar una prioridad real a la formación permanente en nuestras fraternidades, en las Entidades y en la misma Fraternidad universal. De lo que hagamos en este campo dependerá ciertamente la vitalidad de nuestra forma vitae y su capacidad de ser significativa para los demás.

Siendo la formación permanente el humus de la formación inicial (RFF 108), ésta, sin la formación permanente, nunca alcanzará adecuadamente los objetivos que le son propios. A pesar de los esfuerzos realizados y de los logros alcanzados, sigue habiendo un gran abismo entre la formación inicial y la permanente, o lo que es lo mismo, entre lo que proponemos durante los años de formación inicial y lo que realmente encuentran nuestros hermanos más jóvenes al integrarse en las fraternidades normales de nuestras Entidades. En las Visitas que realizo a las distintas Entidades de la Orden yo mismo estoy constatando la gravedad de esta situación. El desfase entre formación inicial y vida de las fraternidades -primera y principal forma de formación permanente- con frecuencia da razón de los abandonos de la vida franciscana que se producen en los primeros años después de la profesión solemne. El daño que está causando el divorcio entre formación inicial y permanente es particularmente grave entre nuestros hermanos más jóvenes.

Sigue habiendo muchos hermanos -demasiados hermanos- que creen que la formación termina con la profesión solemne o con la ordenación. Tal concepción es nefasta para nuestra vida y nuestro testimonio y misión. Si de veras queremos una "refundación" de la Orden se impone un salto muy alto de calidad en la formación permanente. Se hace imprescindible un Proyecto de formación permanente, en el que se señalen con claridad objetivos y medios, así como los agentes correspondientes.

Formación práctica

95. Veo necesario tener una concepción de la formación más en consonancia con los documentos de la Iglesia y de la Orden. Nuestra formación sigue siendo demasiado conceptual y poco práctica. Puede que cultive oportunamente nuestra inteligencia, pero poco afecta el corazón, a los sentimientos, y poco tiene que ver con las manos, es decir, que influye poco en la vida de cada día. Creo que muchas veces no alcanza tampoco los pies, pues ni parte de la realidad de los sujetos en formación, ni transforma su realidad más profunda.

Si la formación es «un itinerario de asimilación progresiva de los sentimientos de Cristo hacia el Padre» (VC 65), la formación, la inicial y la permanente, o incide en la vida y la transforma, o no es formación. Para que la formación incida en la vida, se necesitan experiencias fuertes y prolongadas, bien preparadas, acompañadas y evaluadas, que permitan vivir, en lo concreto de cada día, los valores esenciales de nuestra forma de vida. Durante la formación inicial, en el período de la profesión temporal, puede ser una mediación adecuada el llamado año franciscano. Completada la formación inicial, pueden ser mediaciones oportunas los llamados años sabáticos o los períodos de moratorium. Estas mediaciones contribuirán a que la formación ilumine, acompañe y transforme la vida de los hermanos.

Cuidado pastoral de las vocaciones

96. En relación con el cuidado pastoral de las vocaciones considero que estamos negativamente condicionados por el número, más bien escaso, de los candidatos a la vida religiosa. Nos da miedo la disminución del número de hermanos que estamos experimentando en muchas de nuestras Entidades, mientras aumenta el trabajo y se multiplican las actividades. La tentación más evidente es la de no hacer un discernimiento adecuado a las exigencias actuales de la vida franciscana. Hemos de tomar muy en serio la invitación de la Iglesia a «poner en marcha un discernimiento libre de las tentaciones del número o de la eficacia, para verificar, a la luz de la fe y de las posibles contraindicaciones, la veracidad de la vocación y la rectitud de intenciones» (CdC 18).

En este contexto es urgente, también, que tomemos con la seriedad que se merece la etapa del postulantado que, además de durar doce meses, como hemos decidido en el último Capítulo general (cf. EEGG 86 § 3), debe centrarse en la madurez humana de los candidatos, en la formación cristiana y en el análisis íntimo de las motivaciones vocacionales (cf. CCGG 150).

Formación de formadores
y discernimiento de los candidatos a formadores

97. Otra notable carencia en el campo de la formación y los estudios, y consiguientemente otra llamada apremiante que resuena en nuestra conciencia, tiene que ver con la formación de quienes son llamados a prestar el servicio de formadores. Se siente la necesidad de formar formadores, pero no hemos sido capaces hasta el momento de responder adecuadamente a esta exigencia, que sigue siendo prioritaria.

Es verdad que desde la Secretaría general para la Formación y los Estudios se programan, desde hace ya varios años, cursos para la formación de formadores. Esto es importante, pero no es suficiente, pues como dice el Capítulo de Pentecostés 2003, «estos cursos (...) deben ser complementados por las Conferencias» (Propuestas del Capítulo general, 28). Es verdad, también, que la Pontificia Universidad Antonianum ha preparado un master de dos años para formadores que iniciará precisamente este curso, para responder a las necesidades de la Familia franciscana en este campo y también a la petición que hizo el último Capítulo general (cf. Propuestas, 24). Pero yo me pregunto: ¿tendremos candidatos?

Las Entidades deberán dar prioridad a esta exigencia que, entre otras cosas, comporta: elaborar el perfil del formador franciscano hoy, discernir con mucha atención la disposición de los candidatos para este servicio, evitando cualquier improvisación, y asegurarles una formación específica (no basta cualquier título) que les dé la posibilidad de adquirir las "herramientas" adecuadas para el acompañamiento, personal y en grupo, de los hermanos a ellos confiados.

Entre los criterios fundamentales de discernimiento de los candidatos a formadores cabe señalar, ante todo, que sean capaces de mostrar a quienes han de ser formados «la belleza del seguimiento del Señor». Para ello se requiere que sean hermanos expertos «en los caminos que llevan a Dios, para poder ser capaces de acompañar a otros en este recorrido» (VC 66). También es fundamental que sean hermanos sólidamente afianzados en su opción vocacional y con un gran sentido de pertenencia a la Orden.

Formación intelectual

98. Otra llamada a la "conversión" está relacionada con la formación intelectual de los hermanos. Pienso que no es la que requieren los tiempos actuales y los desafíos de la sociedad de hoy. Pienso, además, que a nuestros hermanos más jóvenes no les damos una formación suficientemente sólida para que puedan dar razón de su fe y de su esperanza, dar razón de sus opciones vocacionales, dar razón de su compromiso existencial, dar razón de su modo de situarse en el mundo. Estoy convencido de que en el origen de muchos abandonos de la vida religiosa está, entre otras causas, esta deficiente formación intelectual, como también estoy convencido de que no habrá una verdadera "refundación" de la Orden sin una buena formación intelectual de los hermanos.

Hemos de invertir mucho más en la formación intelectual de los hermanos para que, realizándose de acuerdo con los criterios de la Orden en esta materia (RS; SP), se les dé a los hermanos la posibilidad, no sólo de realizar un diálogo fecundo con la cultura actual, sino también de desempeñar con competencia, y de forma adecuada a las exigencias de hoy, el ministerio que se les ha encomendado o se les encomendará. También hemos de garantizar que la Orden disponga de hermanos bien formados, para que puedan desarrollar el servicio de la enseñanza en niveles superiores, y prestar el servicio de la investigación, particularmente en sus propios Centros de estudios y de investigación. La escasez de hermanos y la tarea pastoral no son razones válidas para que una Entidad limite la formación intelectual de los hermanos a los cursos necesarios para ejercer el ministerio. Si no podemos atender a todo, es preferible dejar algunas presencias y ministerios, antes que renunciar a una formación intelectual sólida, renuncia que nos podría cerrar la puerta de la nueva evangelización.

En estrecha relación con el reto anterior, veo la necesidad de asegurar a los hermanos un conocimiento, lo más profundo posible, de nuestra tradición espiritual e intelectual. Ello nos ayudaría a potenciar el sentido de pertenencia a la Orden y nos ayudaría, dada su actualidad, en nuestra labor evangelizadora. Nos hemos preguntado alguna vez ¿por qué los hermanos van a buscar agua a otras espiritualidades que, a veces, nada o poco tienen que ver con la nuestra? Es éste un gran desafío al que todas las Entidades deben dar una respuesta adecuada, particularmente nuestros Centros de Estudios y Universidades.

Formación común para clérigos y laicos

99. Finalmente, veo necesario reafirmar la necesidad de que se asegure una formación básica común para clérigos y laicos, teniendo en cuenta las condiciones personales de los hermanos: índole, capacidad intelectual, cualidades e inclinaciones.

Es hora de pasar de los principios que venimos proclamando desde las Constituciones de 1970 a una praxis coherente con la misma llamada que todos hemos recibido a ser Hermanos Menores y que, por la profesión, nos hace a todos «enteramente iguales» (CCGG § 1). Es en esta llamada en la que se fundamenta la necesidad de tener una formación común. Desde nuestra vocación y desde nuestra legislación no se pueden justificar caminos paralelos y separados de formación. Pondríamos en juego la igualdad que debe reinar entre todos nosotros y, por tanto, la misma fraternidad. Por otra parte, sin embargo, hemos de tener en cuenta la diversidad de ministerios que los hermanos son llamados a desempeñar. Ni formación separada, pues crearía "clases" entre los hermanos, ni formación única, pues se correría el riesgo de hacer clerical la formación de los hermanos laicos, como de hecho ocurre en algunas Entidades.

EN CAMINO PARA PASAR
DE LO BUENO A LO MEJOR

100. Son muchos los campos abiertos al trabajo de los hermanos, pero también son muchos los motivos que tenemos para entregarnos a la tarea. La formación está, por su misma naturaleza, orientada al futuro. Precisamente por eso la formación no sólo significa problemas y dificultades, como parte de un complejo y exigente proceso, sino también vitalidad, creatividad, novedad, promesa de vida, garantía de futuro.

No podemos pararnos. Hemos de seguir buscando. Cierto que hemos de partir de la experiencia acumulada, dentro y fuera de la Orden durante las últimas décadas, pero también es cierto que hemos de mantener viva la voluntad de continuar, sin desfallecer, la búsqueda de nuevos itinerarios formativos que nos lleven a una renovada fidelidad vocacional y a una presencia más significativa de la Orden en la Iglesia y en la sociedad. Nos encontramos en un momento que puede ser para todos una ocasión de gracia -un kairós, un tiempo propicio- para repensar y revitalizar nuestro proceso de formación y responder a lo que hoy el Espíritu de Dios nos está pidiendo. No cabe duda de que necesitamos una nueva formación para una nueva forma de vida consagrada, para una nueva forma de vida franciscana.

Para avanzar en ese camino, creo necesario:

Pasar de una formación para la observancia
a una formación en y para la fidelidad

101. Si bien es cierto que sería erróneo contraponer observancia a fidelidad, también sería erróneo no distinguirlas. La fidelidad incluye la observancia, pero no se identifica con ella, sino que la supera. Dicho de otro modo, la observancia es sólo parte de la fidelidad. Se puede ser observante y no ser fiel. Mientras que la fidelidad, al igual que la fe, hace referencia a una persona, la observancia hace referencia a una ley y consiste en su cumplimiento.

Nuestra vida tiene como objetivo último seguir «más de cerca a Jesucristo» (CCGG 1 §1). Una primera exigencia de la formación es pues la de formar en y para la fidelidad a una persona: la persona de Jesús. No queremos seguir una ideología, sino una persona, la persona de Jesús. Jesús debe situarse, por tanto, en el centro mismo de todo el proceso formativo. De ahí que el servicio primero y principal que puede y debe prestar al hermano la formación, es el de ayudarle a descubrir a Jesús como persona, para luego amarlo como amigo.

Este encuentro personal con Cristo Jesús no se ha de dar por supuesto en la vida de los hermanos. Uno puede hacer la profesión solemne sin haberse encontrado con la persona de Jesús. En este caso la ideología ocupará el lugar de Jesús, con lo que una ideología puede llevar consigo: fundamentalismo, divorcio entre vida y "doctrina", frustración... Por otra parte, no basta descubrir a Jesús como persona. Es necesario descubrirlo como amigo. Y tampoco esto puede darse por descontado. Podemos formar, porque tal vez así nos han formado, en una concepción de Jesús sólo como la persona que exige y no como el amigo que «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1) y se entregó por nuestra salvación.

Sólo quien descubra a Jesús como persona y como amigo podrá darlo todo por él. Sólo así las exigencias más radicales del seguimiento de Jesús podrán ser fuente de gozo. Jesús no puede aparecer a los ojos de los hermanos como el rival de la propia realización, sino como el amigo que todo lo pide, porque antes todo lo ha dado. Sólo así será posible confesar con Tomás: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20,28) o con Francisco: «Deus meus et omnia»: Mi Dios, mi bien, todo mi bien, el sumo bien (cf. AlD 3). Sólo una persona que se haya encontrado realmente con Cristo, que se haya dejado seducir por la hermosura del Señor y haya gustado de su amistad, sólo ella estará en disposición de venderlo todo y seguir al Señor con la radicalidad que tal seguimiento comporta: hasta la muerte (cf. Lc 18,28).

¿Estamos formando para un encuentro real, verdadero y profundo con la persona de Jesús? ¿Qué medios y qué metodología usamos para ello? ¿Qué lugar ocupa la persona de Jesús en todo el proceso formativo? ¿Vivimos de la fuerza que nace del encuentro con Cristo, o simplemente vivimos de ideología religiosa?

Formar en y para la perseverancia
en el don de nosotros mismos

102. La fidelidad de la que hemos hablado implica perseverancia en el don. El "para siempre" es una dimensión esencial del don que pretende ser total. Lo que es total, es perpetuo, es definitivo, al menos en su intencionalidad. Por su semejanza con la entrega de Cristo, la entrega del creyente en la vida consagrada y, en consecuencia, también en la vida franciscana, es, en palabras de Pablo VI, «don absoluto e irrevocable» (ET 7).

Esto plantea un problema, y no secundario. Si el ser humano está condicionado y medido por la temporalidad, los jóvenes de hoy parecen estarlo todavía más. La palabra "definitivo" parece olvidada para describir una eventual cualidad de sus opciones. Se prefieren, es más, puede que sólo se considere razonables las opciones «a tiempo parcial», los compromisos temporales, el zapping de una experiencia a otra.

Surgen entonces las preguntas: en la sociedad de hoy, con los jóvenes que vienen a nosotros, ¿es razonable pretender que den una palabra definitiva? Y si lo es, como siempre ha afirmado la Iglesia, ¿con qué fuerzas contamos? Y todavía: ¿cómo formar a los jóvenes para que mantengan definitivamente la palabra que han dado, el compromiso que han adquirido?

Personalmente no veo otra salida que no sea la de contemplar la vida consagrada desde la perspectiva de Dios, es decir, como una vocación o llamada de Dios a seguir «más de cerca» a Jesús. Ahora bien, en Dios llamar es dar, y puesto que la vocación es don, éste es definitivo: «pues los dones y la vocación de Dios son sin arrepentimiento» (Rom 11,29). Dándonos el don de la vocación, nos da también una permanente capacidad de respuesta, porque «fiel es Dios» (1 Cor 1,9). Nuestra fidelidad no se apoya, por tanto, en los "carros y caballos" o en nuestra "sabiduría" y en nuestra fuerza. Dios escogió a los débiles para confundir a los fuertes..., «para que nadie pueda gloriarse ante Dios» (1 Cor 1,29). «Todo lo puedo en aquel que me conforta» (Fil 4,13), dirá Pablo. La perseverancia en la entrega de la propia vida, no se apoya en nuestras propias fuerzas, sino en la fidelidad inquebrantable de Dios.

Esto presenta algunos desafíos a la formación, tanto inicial como permanente. Me limito a señalar los principales.

Ante todo, desde el comienzo mismo del cuidado pastoral de las vocaciones, al hacer el anuncio de la vocación, se ha de presentar nuestra vocación y misión en toda su belleza, pero también en toda su radicalidad y con todas sus exigencias. Hemos de ser muy honestos con nosotros mismos y con los demás, como hemos de ser también coherentes en la propuesta y el discernimiento vocacionales. La formación para la perseverancia en la vocación también comporta formar en lo esencial o, lo que es igual, formar para una búsqueda constante de Dios, formar para la decisión y para una apasionada responsabilidad, para el riesgo, para la fraternidad y la comunión, para la austeridad, y para la soledad, en cuanto que es parte de nuestra opción celibataria.

Ante tal exigencia es lógico que nos preguntemos, ¿para qué estamos formando? ¿Cómo presentamos las exigencias de nuestra "forma de vida" a los candidatos?

Formar en la responsabilidad y la libertad

103. Responsabilidad y libertad van de la mano. La libertad comporta responsabilidad y, a su vez, la responsabilidad nace de la libertad. El proyecto formativo debe tener presente esta doble exigencia. Debe ayudar a crecer en una libertad que lleve a asumir con seriedad y responsabilidad la opción vocacional y, como consecuencia, a vivir «con coherencia y en plenitud los compromisos libremente asumidos» (VC 103), como donación total de uno mismo (cf. VC 16).

La formación debe dar y exigir responsabilidad al mismo tiempo. En este contexto se entiende que la formación, sin caer en la rigidez, ha de ser, sin embargo, exigente. Se trata de integrar «la exigencia evangélica de radicalidad y el respeto de la libertad y originalidad de la persona» (RFF 55). No es el permisivismo ni la mediocridad lo que crea responsabilidad y lleva a la verdadera libertad. La exigencia forma parte del crecimiento de las personas, quienes, para alcanzar la madurez requerida, necesitan ser estimuladas, animadas, impelidas a dar lo mejor de sí mismas, de acuerdo con sus posibilidades. Por otra parte, la exigencia y la radicalidad forman parte del seguimiento de Jesús, tal como lo proponen los Evangelios y la forma de vida franciscana.

En este contexto de formación para la responsabilidad hemos de tener muy presente que nuestra vocación tiene necesariamente una dimensión comunitaria y fraterna que nos lleva a vivir en la fraternidad "vueltos" los unos hacia los otros, en reciprocidad. En consecuencia, la formación franciscana ha de formar para la corresponsabilidad, para la animación vocacional de los demás.

Desde un principio, el hermano ha de tomar conciencia de haber sido llamado a vivir en fraternidad, lo que comporta, entre otras cosas, que cada uno es responsable, no sólo del don que él ha recibido, sino también de la vocación de los hermanos que el Señor ha puesto a su lado para vivir la misma forma de vida. Es necesario, por tanto, formar para ejercitar y recibir la corrección fraterna, de tal modo que al mismo tiempo que se acepta con humildad la corrección que nos viene de los hermanos, tengamos la valentía de corregir, movidos por el amor, al hermano que peca.

¿Estamos formando para la radicalidad evangélica, o nuestra formación es demasiado "descafeinada" y "light"? ¿Somos exigentes o intransigentes?

Formar para vivir la pasión por Cristo
y la pasión por la humanidad

104. La vida consagrada y franciscana sólo será verdaderamente significativa si está animada por una gran pasión por Cristo y por la humanidad; sólo será un signo «a la vista de todos», legible para los hombres y mujeres de hoy, si está animada por un gran ardor por Cristo y la humanidad, por el deseo vehemente de acercar a todos los hombres al amor infinito de Dios por la humanidad, amor manifestado en la persona de su Hijo.

Las circunstancias no parecen las más propicias para que irrumpan en nuestra vida pasión por Cristo y ardor por la humanidad. Antes bien, la ideología neoliberal, sustentada por la cultura mediática, empuja, particularmente a los más jóvenes, a pasar del hard de la fe al soft de un sincretismo y subjetivismo religioso que, lejos de llevar a un encuentro personal con el Dios revelado en Jesús, llevan al misticismo esotérico, al holismo sagrado, o al ecologismo profundo, sin excluir, antes o después, la misma muerte de Dios. Por otra parte, la post-modernidad, acentuando el yo y poniendo la realización de la persona en el placer, la experiencia subjetivista y emocional, no ayuda a la pasión por la humanidad, sino más bien a buscar en el otro la propia realización y a satisfacer a través del otro las propias necesidades.

Es necesario, por tanto, formarnos y formar para despertar en nosotros mismos y en los demás la pasión, el ardor por Cristo y por la humanidad. Para ello será necesario descubrir y ayudar a nuestros jóvenes a que descubran al Señor como «el bien, todo bien, sumo bien..., la belleza, el gozo, la esperanza, la alegría, la riqueza a saciedad» (cf. AlD 1ss). Sin este descubrimiento que agarre el corazón no será posible el enamoramiento, y sin enamoramiento no será posible la pasión. Al mismo tiempo, puesto que no hay pasión por Cristo sin pasión por la humanidad, la formación franciscana debe desembocar en un compromiso existencial (pasión) por la humanidad, particularmente por la "humanidad crucificada", por los pequeños, los pobres, los que sufren, los excluidos y los más necesitados, como lugares en los que somos llamados a contemplar el rostro viviente de Cristo (cf. CdC 23).

Para despertar y potenciar la pasión por Cristo considero necesario: formarnos y formar en la experiencia de fe, como raíz, corazón y fundamento de nuestra vida y misión; formarnos y formar en la interioridad, frente a la supervaloración de las apariencias; percibir los momentos personales de soledad y de contemplación como exigencia para el encuentro con la propia interioridad, como un don y una exigencia del encuentro con el Señor y con los demás; profundizar la propia vocación y misión mediante la familiaridad con la Sagrada Escritura, de tal modo que podamos fundamentar el camino personal y fraterno -discernimiento personal y comunitario- sobre la Palabra de Dios; experimentar la vida sacramental -particularmente el sacramento de la reconciliación y el de la Eucaristía- como momentos fuertes del encuentro con el Señor, con nosotros mismos y con los demás.

Para despertar y potenciar la pasión por la humanidad me parece fundamental: formarnos y formar en lo esencial (prioridades), formarnos y formar en la austeridad y en la minoridad; formarnos y formar en la cultura del diálogo, de la acogida y de la hospitalidad; formarnos y formar en una espiritualidad encarnada; hacer opciones, no sólo experiencias momentáneas, que nos lleven a compartir la vida de la gente, particularmente de los más pobres, que nos lleven a abrazar, en la caridad, a los leprosos de nuestros días.

El estilo de vida en nuestras fraternidades ¿favorece el despertar y el desarrollo continuado de la pasión por Dios y por la humanidad? La presentación de nuestro carisma y la vida en nuestras casas de formación ¿ayudan a despertar esa pasión o la adormecen? ¿Qué hemos de cambiar en este sentido?

VI.- LA DISMINUCIÓN NUMÉRICA
Y LA FRAGILIDAD VOCACIONAL

105. Quiero comenzar este apartado con una afirmación de fondo: no creo demasiado en las estadísticas. Mi desconfianza nace de cuanto nos dice la Sagrada Escritura al respecto y de algunas experiencias vividas en los últimos años.

La Sagrada Escritura, como bien sabemos, es contraria a las estadísticas, no por la estadística en sí misma, sino por lo que ello puede significar: En lugar de decir «mi fuerza y mi poder es el Señor» (Ex 15,2), fácilmente pensamos: «Tenemos carros y caballos...». Para el autor sagrado no son los carros y caballos los que dan la fuerza (cf. Sal 32,16-17), sino el «brazo extendido» del Señor; no es la confianza en el gran ejército, lo que asegura la victoria, sino la confianza en el Señor (cf. Sal 19, 8-9).

Por otra parte, las estadísticas se prestan a un doble peligro. En muchos casos si la estadística es favorable, trátese de aumento o de mantenimiento, fácilmente podemos caer en la tentación de ahorrarnos el esfuerzo de preguntarnos sobre la calidad de vida que se da en nuestras Entidades y, consciente o inconscientemente, pensamos que el resultado, numéricamente positivo, es gracias a nuestro buen hacer, por lo cual basta seguir haciendo lo que se hizo siempre. Este pensamiento, para nada franciscano, podría llevarnos a una actitud y a un comportamiento de autosuficiencia que nos impediría la colaboración con otras Entidades más necesitadas o justificaría nuestro camino paralelo al señalado por la Orden. Por el contrario, la falta de vocaciones puede crear, en quien no las tiene, un sentido de culpabilidad: no tenemos vocaciones, podemos pensar, porque no vivimos conforme a lo que hemos prometido. La falta de vocaciones también puede desembocar en un sentimiento de frustración y de resignación, basado en un realismo asfixiante que nos lleva a pensar: no hay nada que hacer, para qué seguir trabajando, total la tendencia a la disminución nadie la va a parar.

Dejando claro que hemos de estar muy atentos a no ceder a ninguna de estas tentaciones, y subrayando una vez más que el número no garantiza la calidad y que ésta ha de buscarse por encima de cualquier otra consideración, quiero ahora presentar en síntesis las estadísticas de estos últimos 31 años para hacer alguna reflexión sobre este dato que, sin ser decisivo ni mucho menos, puede, sin embargo, motivar nuestra reflexión.

Las cifras

106. En el año 1973 éramos 22.888. Al cerrarse el año 2004 éramos, oficialmente, 16.493. En 31 años hemos descendido en 6.395, es decir un 27,94%, lo que supone una disminución media de 206,29 hermanos por año (cabe señalar para ser más precisos que en la estadística de 1973 se contaban también los postulantes y oblatos, mientras que actualmente no). Esta disminución es significativa, sobre todo en el grupo de hermanos con opción laical. En el 1973 estos hermanos eran 3.985, en el 2004 eran 2.283. La disminución de hermanos laicos ha sido, por tanto, de un 42,74%. El grupo de los hermanos presbíteros, en el mismo período de tiempo, ha disminuido en un 32,34%, pasando de ser 15.605 a 10.559.

Esta disminución, por otra parte, es fácilmente previsible que seguirá en los próximos años, debido al aumento de la edad media de los hermanos. No tengo los datos del 1973, pero a finales del año 2004 la edad media era de 56,52 años: 7.365 hermanos entre los 18 y los 55 años, el 48,06% del total de hermanos, y 7.961 de los 56 en adelante, lo que representa el 51.94% del total. En estos momentos hay 22 Entidades con una media superior a los 65 años, de las cuales 8 tienen más de 70 años de media. Esto nos lleva a intuir que en los próximos años la "hermana muerte corporal" seguirá llevándose un número considerable de hermanos.

Las causas de la disminución

107. La edad media alta y como consecuencia las defunciones, con ser un dato importante a tener en cuenta y que explicaría la disminución en algunas áreas geográficas donde estamos presentes, no explica, sin embargo el fenómeno de la disminución en números globales, máximo si tenemos en cuenta que en estos años el número de postulantes y de novicios ha aumentado levemente. En efecto, en 1973 la Orden tenía 613 postulantes y 459 novicios, y en el 2004 hemos tenido 652 postulantes y 462 novicios. Ante este dato nace una pregunta: ¿cómo, entonces, es posible que teniendo más postulantes y novicios la Orden disminuye tan considerablemente?

Hay dos factores que, a mi modo de ver, influyen en la disminución del número de hermanos. Un primer factor es debido a la geografía donde mayormente estamos presentes. El segundo factor es debido a los abandonos.

Hoy los Continentes que más vocaciones están dando a la vida consagrada son Asia y África. Los Hermanos Menores estamos presentes en ambos Continentes, pero nuestras presencias son, en muchos casos, jóvenes, frágiles y poco numerosas, si las comparamos con otras, incluso de la misma Familia Franciscana. Por otra parte, nuestra presencia era muy fuerte, y numéricamente lo sigue siendo todavía hoy, en Continentes como América del Norte y Europa, donde las vocaciones hoy escasean, con excepción de los países eslavos, y por tanto la edad media de la Orden aumenta considerablemente y la disminución se hace más rápida.

Junto con este dato objetivo hemos de señalar otro no menos importante: la fragilidad vocacional, que muchas veces concluye con el abandono, particularmente entre los más jóvenes. Es verdad que es un fenómeno presente en la vida consagrada en general, pero lo cierto es que en nuestro caso los abandonos constituyen una verdadera sangría para la Orden, pues no sólo nos privan de un número considerable de hermanos, sino que nos privan de las fuerzas más jóvenes.

Los abandonos se constatan ciertamente durante la formación inicial. Del 1994 al 2004, han abandonado 1.226 novicios y 2.170 profesos temporales. Pero se hacen más tristes y más preocupantes después de la profesión solemne, particularmente en los primeros años después de ésta. En los 10 últimos años hemos perdido, por abandonos, 982 profesos solemnes y 581 presbíteros, lo que hace un total de 1.563.

Motivaciones de la fragilidad vocacional

108. Dada la importancia de los abandonos, es lógico que nos preguntemos: ¿a qué se deben tantos abandonos, particularmente después de la profesión solemne? Es difícil dar una respuesta satisfactoria a esta pregunta y más difícil, todavía, ofrecer un cuadro completo de las motivaciones que llevan a un número considerable de hermanos a abandonar la Orden. Cada uno tiene su historia propia y por ello unas motivaciones personales.

Es verdad que en el mundo de hoy la fidelidad y estabilidad sufren una crisis con raíces psico-culturales. Hasta hace muy poco la permanencia formaba parte esencial de la cultura. Hoy vivimos la cultura de lo desechable, de la caída de las ideologías, del zapping, de lo light. Todo esto es verdad, como es verdad que nuestros jóvenes son frágiles y que les cuesta asumir opciones para siempre. Pero siempre hay algo mucho más profundo y más personal. Es verdad, también, que la fase conclusiva de una crisis asume generalmente la fisonomía de una relación afectiva incompatible con la opción vocacional. Es el aspecto de mayor visibilidad, pero sería simplista reducir todo el problema a un hecho de enamoramiento. Hay siempre un antes y el corazón vacío va en busca de afecto.

Sin negar la influencia de la cultura actual, sin embargo, pensando en eso más profundo y en ese antes, veo como causas principales de la fragilidad vocacional las siguientes: carencia de madurez humana con áreas descubiertas tales como la identidad, la afectividad, la sexualidad; falta de motivaciones de fe, que luego se manifiesta en la debilidad de la fe, de la oración, de la vida interior...; debilidad en los procesos formativos, con la consiguiente incapacidad de actuar una personalización que ayude al hermano a apropiarse de los valores del crecimiento humano, de la fe y del carisma; y malestar en la fraternidad, que constituye el camino formativo implícito y oculto, motivado por la cultura fraterna poco estimulante y, a veces, poco coherente con el clima de las fraternidades de formación inicial.

Opciones para sostener la fidelidad
y ayudar a la perseverancia

109. Siendo muchas y diversas las causas de la fragilidad vocacional, muchas y diversas son las opciones que habrá que tomar si queremos sostener la fidelidad y ayudar a la perseverancia. Entre otras opciones pienso como más importantes las siguientes:

110. Iniciar una reflexión, seria y serena, sobre la vivencia de la fidelidad en todas las Entidades de la Orden. El abandono de un hermano ha de ser aprovechado por la fraternidad local y provincial o custodial para interrogarse sobre el modo de vivir la propia fidelidad, colocándose en actitud de discernimiento: ¿estamos viviendo, o al menos intentamos vivir, conforme al Evangelio y a nuestro propio carisma? Ante la crisis de un hermano que opta por abandonarnos es lógico que nos preguntemos ¿por qué se va?, pero es igualmente necesario que nos preguntemos ¿por qué nos quedamos?, ¿cómo vivimos nuestra consagración?

111. Invertir en el Cuidado Pastoral de las Vocaciones. En esta tarea no podemos darnos descanso, -duc in altum-, aun cuando el momento histórico que están viviendo algunas regiones del planeta no parezca el más propicio para la pesca (cf. Lc 5,4). No podemos resignarnos a morir, no podemos renunciar a anunciar la belleza de nuestra vocación y misión, si es que de verdad las valoramos hermosas. Quien ha descubierto el tesoro no puede esconderlo. Está llamado a comunicar dicho hallazgo. Dejemos al Señor los frutos, a nosotros nos corresponde sembrar. De esto depende mucho el futuro de la Fraternidad universal.

En este contexto hemos de trabajar para que nuestras fraternidades estén abiertas a los jóvenes para ofrecerles una rica experiencia humana, una fuerte vida cristiana, y la posibilidad de compartir la vida y la misión franciscanas. Por otra parte, se hace necesario que las Provincias y Custodias tengan casas de acogida o de aspirantado, comunidades propuesta u otras estructuras similares que aseguren el paso de la pastoral juvenil al discernimiento vocacional. Aquí cabe mucha flexibilidad y mucha variedad de experiencias, lo importante es que se aseguren hermanos capaces de acompañar y que los que entren en el postulantado hayan transcurrido algún tiempo en dichas estructuras de acogida vocacional, en las que ya se pueda hacer un primer discernimiento.

112. Otra opción fundamental es la de «poner en marcha un discernimiento sereno, libre de las tentaciones del número y de la eficacia» (CdC 18). En tiempos de escasez es fácil caer en la tentación del número o de pensar el reclutamiento de nuevas vocaciones para sacar adelante las obras que tenemos. No se trata de esto. No se trata de acoger a todos, pues esto, antes o después, es muy contraproducente, ya que bajando las exigencias lo único que logramos es igualarnos en la mediocridad, con lo que ello lleva de pérdida de significatividad. Tampoco se trata de buscar simplemente la eficacia. La significatividad y la visibilidad evangélicas no dependen ni del número ni de la eficacia de nuestras obras, dependen de la calidad de vida. Por ello en el discernimiento lo que se debe anteponer a cualquier otra consideración es la respuesta a la llamada del Señor (no todos son llamados a seguirle abrazando nuestra forma de vida) y la calidad de esa respuesta, sin olvidar que la mediocridad llama a la mediocridad. Cuidando el discernimiento desde un principio nos ahorraríamos muchas energías y tal vez muchos problemas.

113. Se hace necesario tomar más en serio el postulantado, en cuanto constituye la base de toda la formación. La etapa del postulantado es fundamental para verificar y profundizar la vocación, particularmente en términos de madurez humana. Es una etapa fundamental para el autoconocimiento y la autoaceptación, para tomar conciencia de la propia historia, para dar fortaleza a la vida afectiva y sexual, para verificar la salud física y psíquica..., tomando en sus manos la propia vida. Es una etapa importantísima para fortalecer la fe y la vida cristiana, lo que implica una catequesis de iniciación en la vida cristiana, en la oración personal. Es una etapa clave para hacer experiencia de acompañamiento espiritual y de la vida de fraternidad, adquiriendo una buena capacidad de relaciones humanas y de comunicación interpersonal. Hemos de evitar hacer del postulantado un noviciado anticipado, un curso académico más, o simplemente un año caracterizado por la dispersión debido a la falta de programas adecuados.

114. Otra opción, considerada entre las principales, es optar por la personalización como metodología formativa, de tal modo que la formación alcance la persona en profundidad. Para ello hemos de prestar atención a las motivaciones, emociones, afectos, sentimientos, el proceso de identificación con la vocación y misión franciscana, la inculturación formativa...

115. Esencial en la metodología formativa de personalización es el acompañamiento espiritual y vocacional personalizado, antes y especialmente en los primeros años después de la profesión solemne. Antes de la profesión, para posibilitar un adecuado conocimiento de sí, no sea que el yo que hace la profesión sea bien distinto del yo real, y para descubrir las verdaderas motivaciones que llevan a los candidatos a abrazar nuestra forma de vida, no sea que las motivaciones sean bien distintas a las motivaciones evangélicas. En la formación inicial ya no basta un "acompañamiento grupal", es necesario un acompañamiento espiritual y vocacional personalizado. Después de la profesión solemne dicho acompañamiento es necesario para evitar que el recién profeso se sienta «abandonado a sí mismo» y «abandonado a su suerte», como a veces los mismos hermanos más jóvenes me confiesan. Es significativo que un gran número de abandonos se da en los primeros cinco años después de la profesión solemne, motivados, muchas veces, a causa de la falta total de un acompañamiento espiritual y vocacional personalizado. Antes y después de la profesión, el acompañamiento ha de ser siempre equilibrado entre espiritualidad y ciencias humanas, entre la comprensión y la exigencia.

En todo el proceso formativo se ha de prestar atención a unir la vida en el Espíritu, las experiencias apostólicas, la formación intelectual y la madurez humana. La vida en el Espíritu ha de ser alimentada de la escucha de la Palabra, de la experiencia de oración personal, de la contemplación de la Cruz y de una intensa vida sacramental. Para ello hemos de invertir en la cultura de la interioridad, para dejar espacio a la acción del Espíritu en el corazón; hemos de invertir en la vida de la fe; hemos de invertir en la oración tanto personal como comunitaria. La formación ha de ayudar a despertar en nuestros jóvenes una profunda conciencia evangelizadora y misionera. Si esa conciencia es débil, fácilmente pueden surgir problemas de identidad vocacional. Para ello es necesario poner a nuestros formandos en situaciones en las que puedan hacer experiencias apostólicas, que formen su mente y su corazón a la evangelización, mediante la reflexión sobre el trabajo, el compartir y la oración; sin olvidar que las experiencias apostólicas han de ser bien preparadas, constantemente acompañadas y periódicamente evaluadas. Una formación intelectual profunda ayudará a consolidar la vocación. Para ello, sin embargo, se requiere que, junto a la seriedad de los estudios, éstos se integren dentro del camino formativo y se realicen dentro de las exigencias de nuestra vocación y misión (nuestra Ratio studiorum, 2001, y la carta dirigida a toda la Orden, El sabor de la palabra. La vocación intelectual del Hermano Menor, Roma 2005, nos ofrecen importantes indicaciones para lograr que los estudios entren dentro del camino formativo y se hagan teniendo en cuenta nuestra vocación y misión). Finalmente, la madurez humana es esencial en un camino de fidelidad y sólo es posible cuando la persona se confronta consigo misma en profundidad, de tal modo que es capaz de reconciliarse con su propia historia, descubrir el paso de Dios por su vida, y proyectar su futuro a la luz de Dios y de sus propias experiencias.

116. En la consolidación de la fidelidad vocacional tiene mucho que ver la «cultura vocacional» de la Entidades y particularmente de las casas de formación. La vida ordinaria de las fraternidades de una Entidad determina fuertemente los caminos formativos y la fidelidad vocacional. Es importante, pues, asegurar fraternidades visibles en sus ritmos diarios, en el ambiente, en las relaciones. En este contexto no puedo menos de afirmar que urge que demos espacio y significatividad a la vida fraterna, con todo lo que comporta, especialmente en relación al clima de fe y de amor entre los que la forman y de amor por nuestra vida y misión.

117. Personalmente estoy convencido de que todas estas medidas no evitarán que se sigan produciendo abandonos, pero estoy igualmente convencido de que, si ponemos atención a cuanto hemos señalado anteriormente, los abandonos se reducirán o al menos no tendremos tanta responsabilidad en ellos.

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